Profesora del Taller

Profesora del taller: Hilda Guzmán Montelongo

lunes, 6 de enero de 2020

¿QUÉ NOS TRAE EL AÑO NUEVO? Fragmento de Manuel Gutiérrez Nájera

Al igual que todos nos preguntamos lo que nos traerá el año que empieza (¿nos lo preguntamos realmente?, ¿o es algo que ya no suele preocuparnos?), el escritor mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) se lo preguntaba también en la introducción de su cuento "Las botitas de Año Nuevo". Les propongo hoy como lectura ese fragmento:

«Lámpara que me has acompañado durante largos años en las noches de tedio, y en las noches de trabajo; lámpara anciana de cofia blanca y gafas verdes; enfermera callada y diligente; tú, la que no haces ni el menor ruido; veladora, oye el tic-tac monótono, incesante, de aquel cucú colgado en la pared; pronto va a abrirse la puertecilla de nogal, para dar paso al abierto pico, a los ojos rojizos y a la cresta del gallo que a medio día y a media noche da el alerta a las horas vigilantes. Lámpara, no consientas que te apaguen las vírgenes locas, porque HELE AHÍ QUE ESTÁ A LA PUERTA Y LLAMA. 

Es el mismo; pero se llama de otro modo. Los años se parecen a los enfermos de los hospitales y a los presidiarios, en que solo el número que llevan los singulariza. No tienen nombre, y desdichado el que lo tiene! A ese, de seguro, la desgracia se lo dio. Porque habréis oído decir el «año de la peste», el «año de la guerra», el «año del hambre»; pero nunca el año de la dicha, el año del amor, el año de la gloria! Solo el dolor suele llamar a los años: hijos míos! 

Cuántas noches de San Silvestre, oh buena lámpara!, hemos pasado en esta muda espera! Ni tú ni yo creemos en los años nuevos: el tiempo no interrumpe su marcha ni un segundo... continúa indivisible, como infinita línea recta que no sabemos de dónde arranca ni si termina en algún punto; pero, a pesar de ello, supersticioso sentimiento se apodera de nosotros en la última noche de diciembre, como si esta fuese en realidad la última noche de una vida. Ay! Lo sólo cierto es, que en cada una de esas noches nos encontramos más y más cercanos a la última noche sin orillas! 

A ti, lámpara, nunca te he visto palidecer sino cuando clarea el día; tu luz, como el cariño de los buenos padres, siempre es la misma: te enturbió mi aliento; te dejó espirante mi descuido, como a los buenos padres les empaña la vida y les enferma el desamor o el suspiro de los hijos; pero, jamás diste señales de cansancio, y ni esperaste ni temiste. 

Mi hermana de la Caridad, Sor Marcelina, la hermana a quien Alfredo de Musset dijo espirante: «Dormir... por fin voy a dormir!» Veladora de cofia blanca, viejecita: tú la que no me viste ni una sola vez en los festines, y siempre, siempre en todas las tristezas: tú, la que me acompañas en todo lo oscuro de la vida, en el estudio, en el trabajo, en las enfermedades, en las penas, y te quedas sola y apagada cuando voy al amor, a los placeres, al ruido: tú, la que haces brillar en el papel los enlutados signos de mi pensamiento, y sabes que, a menudo, son lágrimas las gotas que crédula benevolencia llama, a veces, diamantes: tú, a cuya luz ha nacido, lo único mío que acaso vivirá: lámpara buena, ¿qué nos trae el nuevo año? »

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