Además de los poemas de Pablo Neruda, una de las primeras narraciones de nuestra lista de lecturas fue «Santa Olaja de acero», del escritor español Ignacio Aldecoa. Empezamos a leerla el primer domingo del taller y después de finalizar la lectura en casa, la comentamos en la segunda sesión.
Hay que decir que para los estudiantes no ha sido un texto fácil de leer, debido al vocabulario relacionado con las locomotoras de vapor y con los oficios de maquinista y fogonero. Hemos tenido que valernos de imágenes como ayuda para entender el vocabulario. Pese a todas las dificultades, este es uno de los relatos que parece haberles gustado más.
Hay que decir que para los estudiantes no ha sido un texto fácil de leer, debido al vocabulario relacionado con las locomotoras de vapor y con los oficios de maquinista y fogonero. Hemos tenido que valernos de imágenes como ayuda para entender el vocabulario. Pese a todas las dificultades, este es uno de los relatos que parece haberles gustado más.
Si tomamos en cuenta que «Santa Olaja de acero» es de 1954, cuando en España la mayoría de los trenes seguían siendo remolcados por locomotoras de vapor, está claro que Ignacio Aldecoa hace un retrato bastante realista de la jornada de un maquinista y un fogonero de los ferrocarriles españoles. Creo que la primera frase nos impacta y nos introduce de inmediato en la realidad de Higinio, el maquinista de Olaja:
«A
través de los entornados ventanillos
podía ver la claridad del amanecer; la claridad de humo blanco de locomotora
del amanecer.»
Unas imágenes tomadas de internet con la intención de mostrarles a los estudiantes lo que nos cuenta el autor en esta historia.
Es curioso, pero no pudimos ponernos de acuerdo, mis estudiantes y yo, acerca del final del cuento. Para mí, la máquina se queda en la vía muerta porque ya está incapacitada para su funcionamiento; sin embargo, para los estudiantes no está tan claro, les parece que podría haber sido colocada ahí para pasar esa noche. Y es que el autor no nos deja un final cerrado, solo nos da algunos indicios para que nosotros saquemos nuestras conclusiones.
Según los especialistas, Ignacio Aldecoa fue uno de los grandes
escritores de cuentos de la generación del medio siglo. Varias de sus
obras han sido adaptadas al cine, incluyendo este cuento. Desgraciadamente nosotros no hemos podido encontrar la película. En internet no
aparece disponible ni siquiera un fragmento.
Para quienes no saben quién es Ignacio Aldecoa, les dejo un enlace a su biografía:
He decidido ponerles un pequeño fragmento del texto aquí debajo y si después de saborear este trocito, les dan ganas de leerlo, en la biblioteca del instituto pueden encontrar los cuentos completos de Ignacio Aldecoa.
«Bebió su té y una copa doble de orujo, pagó y se
marchó. Entró en la estación por la puerta de hierro de las mercancías. Se paró
en uno de los andenes pegado a los tinglados. Buscó con los ojos su máquina.
Cruzó las vías. Veía a su compañero inclinado paleando carbón. La
máquina tenía un jadeo corto de vapor. Luego se desperezará, pensó, cuando la
presión suba y los émbolos… y eche el airón de la marcha y… Estaba ya junto a
la máquina. Todos los días fijaba la mirada por un momento en el nombre de la
locomotora de una placa atornillada al costado: Santa Olaja-I. Letras doradas sobre fondo rojo.
El fogonero estaba de espaldas, pero había sentido
su presencia.
—Higinio —avisó—, la señora está desayunada; ya
tiene fuerza.
—Muy bien. Mendaña. Dale dos cucharadas de jarabe y
andando.
Subió a la máquina. Mendaña echó las dos paletadas de jarabe. Llamaban jarabe al
polvo de carbón con agua. De la boca del fogón salió un chisporroteo.
—Está bien.
Higinio movió la manilla, miró al manómetro, volvió
la cabeza y escupió.
La máquina comenzó a moverse lentamente. Vía
adelante un hombre les hacía señas con un palo en el que estaba recogida una
franela verde. En la vía de la derecha, el gálibo, suspendido sobre un vagón
solitario cargado de paja, tenía un ligero vaivén. A la izquierda estaban dos
máquinas acopladas. Mendaña gritó algo a los fogoneros de las máquinas, algo
que no le entendieron. Higinio sonreía. Mendaña siguió
hablando a gritos mientras la máquina los apartaba y su resollar hacía que se
borrasen las palabras.
—Olaja
—dijo Higinio— tiene más pulmones que tú.
La máquina era para los dos, en la compañía del
trabajo, Olaja; Olaja y nada más. A veces le llamaban la señora; pero lo decían
irónicamente, porque ellos no eran señores y una compañera de trabajo tampoco
podía ser señora.
A pocos metros estaba la fuente del agua con su
cetrina trompa. La máquina fue parada justamente cuando el ténder quedaba
debajo de ella. Mendaña descendió a dar el agua. Higinio contemplaba el chorro casi helado, de espaldas a la caldera de la
máquina.»
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